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6 dic 2013

Reseña: El hombre ilustrado, de Ray Bradbury

Título: El hombre ilustrado
Autor: Ray Bradbury.
Año de publicación: 1951.

Sinopsis: En esta colección de historias entrelazadas, el narrador anónimo conoce a El Hombre Ilustrado, un curioso personaje con el cuerpo completamente cubierto de tatuajes. Sin embargo, lo más remarcable e inquietante es que las ilustraciones están mágicamente vivas y cada una de ellas empieza a desarrollar su propia historia, como en La pradera donde unos niños llegan un juego de realidad virtual más allá de sus límites. O en "Calidoscopio", el sobrecogedor relato de un astronauta que se dispone a reentrar en la atmósfera terrestre sin la protección de una nave espacial. O en La hora cero, en el que los invasores extraterrestres han encontrado unos aliados lógicos y sorprendentes: los niños humanos. Cada uno de los 18 relatos que componen esta colección es una muestra de la maestría narrativa de Bradbury y no han perdido ni su vigor ni su actualidad desde que fueron publicados por primera vez en 1951.

Dentro de «El hombre ilustrado», de Ray Bradbury, encontramos dieciocho cuentos que, si bien no están sustancialmente conectadas, su punto en común es estar plasmadas en los tatuajes del Hombre Ilustrado, un ser maldito o bendecido al que una bruja le tatuó con tinta mágica cosas por venir en el futuro, excepto un lugar en la espalda del hombre destinado a mostrar el futuro de quien mire de manera detenida los tatuajes. Así, pues, nuestro protagonista sin nombre nos permite ir conociendo una a una las historias, todas enmarcadas en el sumergimiento de la psique humana, evaluando cómo la tecnología puede llegar a cambiarnos de manera tan sustancial.

Una de las características de Bradbury es la representación de, retomando la idea anterior, cómo la tecnología cambia al humano y éste a la tecnología —siendo ambos productos y productores del otro—, incluso da las primeras señales de esa generación de padres (no todos, obviamente) que endosan a sus hijos a la tecnología y cualquier otra diversión, esperando que sean estos los que, en última instancia, educen a sus retoños (ver el cuento La pradera). Entre otras de las cosas también evalúa cómo los trabajos que obligan a uno de los padres a estar fuera siempre terminan afectado, de alguna u otra manera, su relación con su familia: llegando estos últimos incluso a tratarlo como si estuviese muerto cada vez que sube de nuevo al espacio y está lejos de ellos por otros cuantos meses (El hombre del cohete). La degradación moral (La mezcladora de cemento); el ingenio y sacrificio paterno para cumplir los sueños de los hijos (El cohete), entre otros.

—¡Pero ese globo de vidrio que usted desea instalar en el altar! —protestó el padre Stone. —Pensad en los chinos —replicó el padre Peregrine imperturbable—. ¿Qué clase de Cristo adoran los cristianos en la China? Un Cristo oriental, naturalmente. Todos habéis visto escenas de navidad orientales. ¿Cómo está vestido Cristo? Con ropas asiáticas. ¿Por dónde anda? Entre casas de bambú y montañas de niebla, y árboles torcidos. Las pestañas son más largas; los huesos de las mejillas, más altos. Cada país, cada raza, añaden algo suyo a Nuestro Señor. Me acuerdo de la Virgen de Guadalupe, a quien reverencia todo México. Su piel… ¿Habéis visto el color de su piel? Una piel oscura, igual a la de sus devotos. ¿Es eso una blasfemia? De ningún modo. No es lógico que los hombres acepten a Dios —no importa su realidad— de otro color. Me he preguntado muchas veces por qué nuestros misioneros tienen éxito en África con un Cristo blanco como la nieve. Quizá porque el blanco es un color sagrado, como el de un albino, para las tribus africanas. Denles tiempo. ¿Cristo no se oscurecerá? La forma no tiene importancia. El contenido es todo. No podemos esperar que esos marcianos acepten una forma extraña. Les presentaremos a Cristo parecido a ellos.

Creo que el mejor cuento de esta antología es, sin duda, el titulado «La lluvia». En él, un grupo de humanos es torturado por la lluvia de Venus que nunca para, y la única salvación es encontrar una de las estaciones circulares que emulan al sol que los humanos han hecho a lo largo del planeta, pero el hastío y la desesperanza los van haciendo desfallecer de a poco, matándolos a cada uno de diversas maneras, hasta que el luchador final recibe una grata recompensa. Si comparamos a la lluvia con cualquier otra dolencia o aflixión humana que puede ser como aquélla: constante, sin prisa pero sin pausa, el golpe suave que de tanto sentirlo se vuelve cada vez más insoportable; tendremos en una excelente analogía con cada una de nuestras torturas diarias y de la necesidad de continuar, a pesar que cada vez se pueda menos. El cuento es optimista, sin embargo: el que continúa lo suficiente, recibirá su recompensa al final. Otro que hay que destacar es «Calidoscopio», la historia de unos astronautas que, luego de impactar, cada uno se ve impulsado en direcciones diferentes, enfrentándose a la certeza de que, llegado el punto, morirán de las maneras más diversas: encendiéndose como una cerilla al entrar en alguna atmósfera, desmembrado por meteoritos o, simplemente, la locura de verse cada vez más cerca de la muerte y no poder saber con certeza cuándo llegará.

Sin duda alguna, un trabajo disfrutable para todos aquellos a los que les guste Bradbury o la ciencia ficción en general.

—Venimos a pedírselo otra vez, Charles —dijo Poe—. Necesitamos su ayuda.
—¿Mi ayuda? ¿Pero creen que voy a enfrentar a esos hombres excelentes? Además, éste no es mi mundo. Quemaron mis libros sólo por error. No soy un aficionado a lo sobrenatural. ...
—Es usted un razonador convincente —comentó Poe—. Podría usted recibir a los hombres del cohete, adormecerlos, adormecer sus sospechas, y luego… Luego intervendríamos nosotros.
El señor Dickens miraba los pliegues de la capa en donde Poe ocultaba las manos. Poe, sonriendo, sacó un gato negro.
—Para uno de los visitantes.
—¿Y para los otros?
Poe sonrió otra vez, complacido.
—¿El enterramiento prematuro?
—Es usted un hombre siniestro, señor Poe.
—Soy un hombre asustado y lleno de odio. Soy un dios, señor Dickens, como usted, como todos nosotros. Y no sólo amenazaron nuestras creaciones… nuestros personajes, si así lo prefiere. Las suprimieron, quemaron, destrozaron y censuraron Acabaron con ellas. ¡Nuestros mundos se derrumban! ¡La lucha alcanza a los dioses!

Sobre el autor

Ray Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois, fue un ávido lector en su juventud además de un escritor aficionado. No pudo asistir a la universidad por razones económicas. Para ganarse la vida, comenzó a vender periódicos. Posteriormente, se propuso formarse de manera autodidacta a través de libros, comenzando a realizar sus primeros cuentos. Sus trabajos iniciales los vendió a revistas, a comienzos del año 1940. En 1947, se casó con Marguerite McClure (1922–2003), con quien tuvo cuatro hijos. Dice que para escribir «Fahrenheit 451» alquiló una máquina de escribir y originalmente era un cuento de 25.000 palabras.
Murió el 5 de junio de 2012 a la edad de 91 años en Los Ángeles, California. A petición suya, su lápida funeraria, lleva el epitafio: «Autor de Fahrenheit 451». (Tomado de Wikipedia)

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